Giuseppe "el acordeonista" , una leyenda del puerto marplatense
Aclamado por quienes pasean por el puerto marplatense, Giuseppe Salerno canta con su acordeón desde hace 39 años en los que se ha ganado el reconocimiento de locales y turistas que disfrutan de sus canzonettas y del humor de este hombre que se define como un "millonario de alegría".
Ante los primeros acordes, todo aquel que pasa distraído se detiene y se queda a disfrutar de este espectáculo único en la banquina de los pescadores con los tradicionales barcos anaranjados sobre los que la luz del atardecer brinda un reflejo particular: "este lugar se parece a muchos de Italia", explica el músico.
Giuseppe nació en Salerno, Italia, y llegó a la Argentina a los 7 años, junto a su familia que se instaló en Lomas de Zamora, pero hace 39 años que viene al puerto de Mar del Plata a tocar, y 27 desde que se radicó en la ciudad balnearia.
"Llegué aquí por el consejo de mucha gente que sabía que en el puerto había una fuerte colectividad italiana: `si te vas a cantar unas canzonettas ahí te vas a hacer famoso`", cuenta que le decían.
Nacido en una familia de músicos, Giuseppe comenzó a tocar en Chichilo, un emblemático restaurante del puerto marplatense: “Don Chichilo cuando me escuchó cantar por primera vez se puso a llorar”, recuerda.
Dos años más tarde salió del restaurante y se instaló en la banquina, donde zarpan y llegan las embarcaciones, donde los pescadores se ponen a tejer sus redes y los visitantes y turistas se detienen para observar una panorámica del puerto.
“Los pescadores también se emocionaron muchísimo la primera vez que me escucharon cantar, imaginátelos tejiendo las redes y escuchando canzonettas que quizás no habían vuelto a oír desde que se fueron de sus tierras”, describe y grafica: "Se me ponen los pelos de gallo".
Antes de convertirse en este personaje que hoy es, Giuseppe anduvo por distintas partes de país conformando grupos musicales de los ritmos más diversos en los que explotó los distintos instrumentos que sabe tocar: guitarra, bajo eléctrico, teclado y, por supuesto, el acordeón.
"Integré conjuntos de rock tocando el bajo eléctrico, a los 18 años formé un grupo de música tropical que hacía cumbia, y después un trío de música moderna", enumera el hombre y afirma: "también fui a aprender canto, principalmente porque quería cantar tangos".
Tan emocionado como cuando habla de "`O sole mío" o de "Torna a Sorrento", Giuseppe menciona "Volver" y otros clásicos y asegura que "el tango tiene mucho que ver con las canzonettas, fijate que los más grandes tangueros eran tanos o descendientes de tanos como D`Arienzo, Pugliese, Magaldi, Fiorentino, Angelito Vargas, que se cambió el apellido para cantar, igual que Alberto Castillo".
Además de la música, este hombre que en algún momento confiesa ser "millonario de alegría", heredó de su padre el oficio de zapatero: "Hay dos cosas de las que nadie me puede enseñar nada: de música y de zapatos. Es decir, alguien me puede explicar cómo usar una máquina nueva. Pero dame cuero, una aguja y un cuchillo y yo te armo un zapato de una pieza sola", asegura.
Con el alma tan argentina como italiana, Giuseppe cuenta que en 2000, cuando Argentina estuvo en crisis y Europa en auge, muchas personas le sugirieron que regresara a su tierra natal: "pero yo pensé `¿qué voy a hacer allá?`, cuando escuche un tango me voy a poner a llorar. No quiero sufrir por irme de nuevo", afirma.
Y evoca: "Todavía recuerdo al pueblo despidiéndonos en día que nos fuimos. En aquella época era muy duro el desarraigo, vos pensá que una carta tardaba un mes en llegar y no había manera de comunicarse por teléfono a menos que tuvieras plata".