Una implosión de madrugada dió fin a la manzana 115

 

Una implosión de madrugada 

dió fin a la manzana 115



El 16 de junio de 1999 se derrumbaron los principales edificios. Y poco después de inauguró la Plaza del Milenio. Tras varios intentos, el proyecto se concretó en la gestión de Elio Aprile.


Fue un hecho que cambió el paisaje costero de un sector emblemático. Una fuente de aguas danzantes y espacios verdes lucen en un lugar donde supo haber edificios, hoteles y locales comerciales.

Mediante una implosión, en las primeras horas del 16 de junio de 1999, comenzó a concretarse un objetivo que se buscó durante décadas.

El espacio que se extiende desde la Plaza Colón hasta el puente Illia, en el Paseo Dávila, en un perímetro delimitado por las calles Moreno, Buenos Aires, Belgrano y Boulevard Marítimo, era el que ocupaba la manzana 115.

Tras varios años e intentos fallidos, en 1996 empezó a forjarse lo que se concretó tres años después. Elio Aprile era el intendente de Mar del Plata y Eduardo Duhalde el gobernador de la provincia de Buenos Aires. La insistencia del jefe comunal radical para que se concrete el proyecto fue clave.


Duhalde dio el visto bueno pero para empezar a conversar de la renovación del lugar, faltaba un primer paso que no asomaba para sencillo: la expropiación.

Había que hacer una ley, llegar a un consenso con los propietarios del lugar y conseguir los fondos para implementar la expropiación. Pablo Vacante, por entonces era diputado provincial del PJ, fue el encargado de elaborar la ley para iniciar el proceso.

“Me pidieron que armara la ley y la armé. Y ahí empezó el proceso que fue muy complejo. Era mucha plata, en ese momento, unos 20 millones dólares”, recuerda dos décadas después Vacante.

El 9 de julio de 1998 la Provincia firmó decreto de afectación de fondos para expropiar: 18.500.000 pesos.

“Cumplí con mi tarea que era legislativa y lo convencí al ministro de que nos diera la plata. Duhalde y Aprile se hicieron los ‘zonzos’ al momento de la discusión con el ministro”, recuerda entre risas Vacante. “Le insistí en que era un pedido del gobernador y del intendente y finalmente accedió a mandar los fondos”, agregó.

El artículo 2° de la ley de expropiación estableció la transferencia a la Municipalidad de los inmuebles expropiados con cargo de afectar su destino a la ampliación de espacios verdes, mejoramiento de las condiciones de circulación vehicular y peatonal, renovación del paisaje e imagen urbana del área y ampliación de los espacios destinados a estacionamiento público.


El proyecto estaba en marcha pero faltaba hacer las tasaciones y acordar con los dueños de los inmuebles.

“Hubo mucho debate y muchas consultas. Fue complejo convencer a los propietarios de la manzana. Pero no fue algo caprichoso, hubo una negociación y se los indemnizó como correspondía. Nadie salió perjudicado”, apuntó Vacante.

El 23 de marzo de 1999 la manzana fue entregada a la Municipalidad, que de inmediato la valló e instaló una guardia de seguridad, para proceder luego al desguace de las partes más pequeñas y asequibles.

La Fiscalía de Estado de la provincia de Buenos Aires, entonces a cargo de Juan Carlos García Sarmiento, instrumentó la expropiación.

El trabajo de demolición se desarrolló de manera conjunta entre la entonces Dirección Municipal de Vialidad (a cargo del ingeniero José María Conte) y el Ejército Argentino y fue la primera experiencia de una implosión de esa dimensión en una zona densamente poblada. En la previa, se evaluó hacer la demolición con una una bocha de hierro de 3 toneladas llamada “perita”, llevada por un grúa, que era riesgosa por la alta concentración urbana y el intenso tránsito de la zona.

Pero luego surgió la posibilidad de utilizar explosivos. El único antecedente de implosiones en zonas urbanas era el albergue Warnes y estuvo a cargo de una agencia francesa.

Para la implosión se utilizaron 80 kilos de gelamita, un barro explosivo con sales orgánicas que contiene 15 por ciento de agua. Es un producto barroso parecido a la dinamita, seguro y manipulable, que sólo se activa con un detonante.

Se hicieron agujeros en las columnas de los edificios a demoler -entre la planta baja y como máximo el tercer piso-, se colocó la gelamita y se protegió esas zonas con bolsas de arena para evitar la dispersión de escombros.

El detonador conectado a los caños que debían permitir el paso del gas activador de la gelamita tenía una velocidad de propagación de 2.000 metros por segundo.

El inicio de la demolición estaba pautado para el sábado 11 de junio pero una protesta de trabajadores de la pesca a pocas cuadras del lugar obligó a suspender el operativo. Entonces, se programó para el miércoles 16 a la madrugada, sin testigos. A las 4,27 sonó la alarma y el director de Vialidad Municipal, José María Conte, apretó el detonador y en pocos segundos cayeron dos edificios.


“Cuando apreté el detonador perdí la noción del espacio-tiempo y pensé que el edificio no se había caído”, rememoró años después.


El 1 de enero del 2000 se inauguró en el lugar que albergó a la manzana 115, la Plaza del Milenio.