Marayuí

 

Country Club Marayui


Su nombre anticipa la cercanía de la costa atlántica: Marayuí es una palabra indígena que significa “voy llegando al mar”. Enclavada en un lugar estratégico, próxima a las ciudades de Mar del Plata y Miramar, la magnífica casa de aires normandos fue construida en la década de 1940 y es, desde fines de los años ‘80, sede del Country Club Marayui.


En este sitio particular, propiedad de los Martínez de Hoz, se encontraba un haras llamado Chapadmalal, voz aborigen que indica “entre arroyos”. Según relatos de memoriosos, los caballos eran llevados hasta la orilla del mar, atravesando campo y tranqueras existentes. Hacia 1940, y con el objetivo de construir una residencia para los largos veraneos de toda la familia, el matrimonio Zorraquín le encomendó a su hijo la compra de algún terreno generoso en el área de Mar del Plata: 107 hectáreas de “Chapadmalal” serían, ahora, el refugio de los Zorraquín.

La transformación del lugar implicó tanto el diseño de los espacios exteriores y jardines –parquizados por Martín Ezcurra- como el proyecto de una casa de grandes dimensiones, capaz de albergar a la familia y recrear un clima rural distendido, sin por ello perder los parámetros de distinción propios de la alta sociedad argentina del momento. Mar del Plata era, en ese entonces, un reducto elegante que aspiraba a constituirse en una ciudad-balneario al mejor estilo europeo.

La construcción de la nueva rambla, el Hotel Provincial y el Casino, proyectados por Alejandro Bustillo, así como de un sinnúmero de viviendas de diversos estilos históricos europeos, no hacía sino confirmar este anhelo.
El arquitecto elegido para la realización del proyecto fue Eduardo Sauze, autor también, junto con A. Huguier, del Palacio Estrugamou muy cerca de Retiro. Tres años más tarde, y en consonancia con la construcción realizada por Sauze en lo que hoy es el ala noroeste, los arquitectos Guillermo y Miguel Madero –autores del edificio del Jockey Club de San Isidro- ampliaron la obra.

Ezcurra trabajó la parquización de Marayui según pautas pintoresquistas: arces, liquidámbar, coníferas, eucaliptos, álamos plateados, olmos y robles definen un paisaje rico en variedad de colores y texturas, lo que se potencia en otoño, cuando una alfombra de hojas cubre el suelo y lo tiñe de intens.


El trabajo de la pared acompaña el ascenso y, a la vez, indica el cambio a través de un arco mayor apenas resaltado. La voluntad por recrear la imagen normanda se afirma también en la elección del mobiliario original.


En el interior, se destacan los pisos en gruesos listones de madera que recuperan una cierta rusticidad, coherente con la imagen exterior, y la magnífica boiserie encargada a la tradicional firma marplatense Tiribelli.


La ambientación de las habitaciones estuvo a cargo de María Taquini, que eligió una suerte de estilo inglés rural, muy acogedor.


Soluciones distintas que responden a un mismo criterio estético de ambientación: la estrategia asegura a la vez la singularidad de cada cuarto y su pertenencia a un conjunto coherente.

El parque adopta la piedra en cada fragmento que interpone en su suelo: escalones, caminos, bordes y puente.

Los muros de ladrillo reemplazan a los de piedra para indicar el área destinada a los servicios. Cada detalle está diseñado a exaltar la relación con el paisaje, que incluye un campo de golf.

Las texturas ásperas e irregulares de la piedra Mar del Plata se conjugan con las sombras de unos vanos –puerta y ventanas- que, por los espesores de los muros, permanecen casi ocultos.